¿Por qué hacemos la alerta 2012? 9-J LA NOCHE MÁS HERMOSA, por Iker Jiménez
Yo soy hijo de las alertas ovni. No sé si lo he contado alguna vez, pero antes, mucho antes de aquel otoño invierno de 1984 en el que ciertos sucesos acaecidos en mi Vitoria natal cambiaran mi vida de raíz, solía salir con mi familia a los campos “ a ver ovnis”.
Así, como suena.
Puede resultar increíble. Pero era maravilloso. Es más, yo, a mis seis o siete años, desconocía por completo el concepto y significado del asunto. Simplemente era una aventura más. Con mi primo Roberto, con mis tíos, con mis padres, en hileras de a veces cuatro y cinco vehículos, recorríamos en silencio los páramos de la llanura alavesa.
Y los recuerdo oscuros, sin un alma. Con los pueblos vacíos. Como si los tuviese ahora mismo ante mis ojos. Zumelzu, Audícana, Dallo, Alegría… lugares de caseríos de piedra, solitarios, con la farola mortecina de la plaza como única señal en mitad de la negrura. Y sobre ellos, siempre, ese cielo frío, inmenso, donde se podía dibujar la sorpresa en cualquier momento.
Eso es lo que recuerdo como si no hubiese transcurrido el tiempo.
Y esa fresca permanencia en mis neuronas no ha dejado de ser un misterio. Pero poco a poco voy entendiendo…
Curiosamente, años después, todo ese entorno se convertiría en primera plana regional con las luces de los cielos como protagonistas. ¿Casualidad? Seguramente. Y yo los recorrería de nuevo con mi bici, con mi inseparable primo, pero ya de otra forma. Persiguiendo un sueño. Obsesionado con los ovnis. Convencido de que los extraterrestres, de algún modo, nos lanzaban su señal.
Su mágica señal que cambiaba la vida.
Tengo el recuerdo vívido, imborrable. Las sensaciones a flor de piel. No podría ser de otra forma. Una de esas noches, hacia 1979, en las campas de Armentia, mi familia entera creyó ver algo en las alturas. Mi primo, tres años mayor que yo, hizo algo que nunca olvidaré. Me cogió de los hombros y en posición de “cuerpo a tierra” me hizo saltar sobre la pequeña tapia de un huerto para caer los dos de bruces en el sembrado. Y desde allí, los dos críos, los dos que curiosamente cuatro años más tarde iban a descubrir el misterio de los ovnis al unísono, miramos hacia las alturas con idéntica expresión, convencidos de que algo “que daba miedo y emoción” venía del espacio.
Al mismo tiempo, escuchamos las exclamaciones de toda la familia a nuestra derecha. Esforzándome aún logro ver unos puntos de luz, muy potentes, que pasaron sobre nuestras cabezas. Creo que eran tres. ¿ Un helicóptero? ¿ Un avión? ¿ Un satélite? Nunca lo supimos. Pero eso fue lo de menos.
Esta escena jamás se ha apartado de mi. Fue mi primer contacto con el asunto. Con ese asunto que entremezcla la emoción, la noche, la búsqueda y el misterio. Han pasado más de treinta años, y creo que ese cóctel de sentimientos no se parece a ningún otro. Quizá porque uno vuelve a ser niño buscando lo oficialmente imposible. Quizá porque uno vuelve a ser libre. Quizá porque uno se siente hilado con la naturaleza a través de un cordón umbilical que se percibe pocas veces a lo largo de la existencia. Quizá porque uno nota en su pecho el palpitar cósmico del gran enigma de la vida.
Y lo sé, lo sé muy bien amigos. Nos podrán llamar locos. Quijotes. Fantasiosos. Personas sin cordura que hacen cosas absurdas. Podrán hacerlo y lo harán. Lo harán, sin remedio, a machamartillo, como forma de pensamiento unitaria, todos aquellos que son incapaces de sentir todo eso que más arriba os escribía.
Porque solo las almas capaces de abrirse, de sentir la poesía de la noche, pueden vivir todo esto que ahora os cuento.
También en 1979 , concretamente el 14 de agosto, un hombre, Antonio José Alés, gritaba través de los micrófonos de la cadena SER lo siguiente: “Atención seres del espacio, os hablan los hombres del planeta Tierra…, si es verdad que existís, si realmente venís del espacio lejano para conocernos o para ayudarnos, hacedlo de una vez…”
Seguramente el fenómeno sociológico que provocó aquella emisión de radio seguida por millones de personas, afectó también a mi padres. A mi familia. Eso y los impactantes artículos de JJ Benítez a través de La Gaceta del Norte sobre constantes apariciones de ovnis en la región. Era el momento ideal. El lugar ideal. Ahora lo voy comprendiendo.
Pero entonces yo no sabía nada de eso. Todo era un juego. No supe lo que en verdad eran los ovnis hasta tiempo después. Todo era un cúmulo de casualidades. Casualidades increíbles, improbables e ilógicas, pero que 25 años más tarde, pusieron a ese niño a comandar una gran alerta ovni, ante millones de personas, gritando su emoción a través de los mismos micrófonos que sirvieron de altavoz a Antonio José Alés.
Este cúmulo de rarezas pueden no significar nada para muchos. Pero para otros, los que saben que la vida es mágica, y que una noche, una noche cualquiera, puede aparecerse sin avisar la esperanza, la vocación, el giro inesperado, la fascinación y el misterio, esto es una verdad. Una verdad prohibida por un sistema que ya no nos deja ni soñar.
Y participar en la Alerta 2012, siendo conscientes de ello puede cambiarnos la vida. Puede parecer fuerte lo que digo. Pero sé de lo que hablo. Cambárnosla de raíz, aunque, como me ha pasado a mi, obtengamos la constatación décadas después.
Yo, Iker Jiménez, soy hijo de un tiempo irrepetible. Niño de los años setenta en la zona más convulsa de España donde los ovnis aparecían en la prensa. De una sociología que ya no volverá del mismo modo. Pero me esfuerzo, me empeño, peleo con todas mis fuerzas y contra todos los sistemas dogmáticos establecidos. Porque sigo siendo un niño que sueña y quiere hacer soñar. Y sé que muchos estáis conmigo, con nosotros. Sé que muchos acudirán a la llamada desde cualquier rincón, desde cualquier monte, playa, carretera o balcón. Sé que muchos mirarán a las estrellas con una emoción única. Y no solo para ver unos puntos de luz en el cielo. Sino para sentirse hermanados por algo. Algo ilógico. Algo desafiante y hermoso que no se puede escribir ni describir.
¡Es la Tierra quién os habla! Dijo Alés en su día. Y esas palabras pueden resonar de nuevo el próximo sábado 9 de junio. Es la Tierra, los seres humanos que la pueblan, hartos del rumbo de tantos acontecimientos nefastos, hastiados de un mundo que fulmina la fantasía, el sueño , la poesía y la creencia, quien grita hacia el universo esperando una respuesta.
2012 no es un año cualquiera. Esta alerta tampoco. El prodigioso avance tecnológico nos permitirá estar más juntos que nunca. Da igual el lugar, porque lo que importa es la mirada, el corazón, la fe de todos los participantes. Son importantes los medios, pero más aún la ilusión, la emoción y el coraje con el que afrontemos esta aventura seguramente irrepetible.
Sé, tengo la certeza, de que muchos niños se acordarán de ello. Recordarán durante años esa noche mágica y distinta, de la mano de sus padres. Unos padres que dejaron su mundo lógico por unas horas y se convirtieron en quijotes de las estrellas. No lo olvidarán, ni unos ni otros. Tampoco esos jóvenes que ahora comienzan y que provistos de toda su fe, sus amistades y sus prismáticos, radios y ordenadores son hijos de otro tiempo distinto. Pero que siguen, aún sin saberlo, unidos por esa emoción indescriptible. Esa que Benítez describió siempre como “una punzada en la nuca”. Una sensación inquietante, fascinante, distinta, que siempre llega cuando uno investiga. Cuando uno se lanza a pecho descubierto y sin red en busca de algo tan inasible, tan escurridizo y tan lejano como los ovnis.
Se harán hermandades, amistades, se confraternizará, se discutirá, surgirán quizá amores diferentes, y la mente y los corazones serán irradiados por algo que se sale de lo común. Todo eso, en una sola noche. Es la magia de las alertas ovni.
Y quizá, en algún rincón de España o del mundo, en alguna vereda, campa o paramera, un niño, un niño de siete, ocho o diez años tan solo, reciba, aún inconscientemente, una serie de códigos en su alma. Una serie de sensaciones que, sin él saberlo todavía, le hagan ver el mundo de otra forma. Como un soñador a contracorriente. Con valor para enfrentarse a lo establecido. Con ideales que parecen de un tiempo ya perdido. Como un caballero andante que persigue sueños, luces, misterios y la belleza de lo desconocido. Y ese niño, ese niño que participará quizá junto a vosotros desde algún lugar en mitad de la noche, será, sin duda, quien pilotará los nuevos anhelos del misterio dentro de unos años. Y quien haga soñar, sin prejuicios, sin miedos, a las nuevas generaciones.
Solo por eso merece la pena el esfuerzo, el empeño, la locura de construir la Alerta 2012 del 9 de junio.
Porque uno sabe, va entendiendo, que esto es una rueda mágica. Poderosa, cuyos designios ni siquiera podemos atisbar. Pero que nos mueve a todos, como nos mueve la realidad velada que compone la verdad del universo.
Quizá, en todo esto, resida la respuesta profunda a por qué nos embarcamos en esta aventura. Una aventura que es capaz de sintonizar las mentes. De generar un estado no ordinario de conciencia. Una emoción cósmica en la que yo creo, desde niño, con toda mi fe.
Por todo eso, y por mucho más, os espero y os agradezco de corazón vuestra presencia en esta fascinante propuesta construida por almas libres, que va mucho más allá de los ovnis. Gracias por hacer realidad la Alerta 2012.
Iker Jiménez
Así, como suena.
Puede resultar increíble. Pero era maravilloso. Es más, yo, a mis seis o siete años, desconocía por completo el concepto y significado del asunto. Simplemente era una aventura más. Con mi primo Roberto, con mis tíos, con mis padres, en hileras de a veces cuatro y cinco vehículos, recorríamos en silencio los páramos de la llanura alavesa.
Y los recuerdo oscuros, sin un alma. Con los pueblos vacíos. Como si los tuviese ahora mismo ante mis ojos. Zumelzu, Audícana, Dallo, Alegría… lugares de caseríos de piedra, solitarios, con la farola mortecina de la plaza como única señal en mitad de la negrura. Y sobre ellos, siempre, ese cielo frío, inmenso, donde se podía dibujar la sorpresa en cualquier momento.
Eso es lo que recuerdo como si no hubiese transcurrido el tiempo.
Y esa fresca permanencia en mis neuronas no ha dejado de ser un misterio. Pero poco a poco voy entendiendo…
Curiosamente, años después, todo ese entorno se convertiría en primera plana regional con las luces de los cielos como protagonistas. ¿Casualidad? Seguramente. Y yo los recorrería de nuevo con mi bici, con mi inseparable primo, pero ya de otra forma. Persiguiendo un sueño. Obsesionado con los ovnis. Convencido de que los extraterrestres, de algún modo, nos lanzaban su señal.
Su mágica señal que cambiaba la vida.
Tengo el recuerdo vívido, imborrable. Las sensaciones a flor de piel. No podría ser de otra forma. Una de esas noches, hacia 1979, en las campas de Armentia, mi familia entera creyó ver algo en las alturas. Mi primo, tres años mayor que yo, hizo algo que nunca olvidaré. Me cogió de los hombros y en posición de “cuerpo a tierra” me hizo saltar sobre la pequeña tapia de un huerto para caer los dos de bruces en el sembrado. Y desde allí, los dos críos, los dos que curiosamente cuatro años más tarde iban a descubrir el misterio de los ovnis al unísono, miramos hacia las alturas con idéntica expresión, convencidos de que algo “que daba miedo y emoción” venía del espacio.
Al mismo tiempo, escuchamos las exclamaciones de toda la familia a nuestra derecha. Esforzándome aún logro ver unos puntos de luz, muy potentes, que pasaron sobre nuestras cabezas. Creo que eran tres. ¿ Un helicóptero? ¿ Un avión? ¿ Un satélite? Nunca lo supimos. Pero eso fue lo de menos.
Esta escena jamás se ha apartado de mi. Fue mi primer contacto con el asunto. Con ese asunto que entremezcla la emoción, la noche, la búsqueda y el misterio. Han pasado más de treinta años, y creo que ese cóctel de sentimientos no se parece a ningún otro. Quizá porque uno vuelve a ser niño buscando lo oficialmente imposible. Quizá porque uno vuelve a ser libre. Quizá porque uno se siente hilado con la naturaleza a través de un cordón umbilical que se percibe pocas veces a lo largo de la existencia. Quizá porque uno nota en su pecho el palpitar cósmico del gran enigma de la vida.
Y lo sé, lo sé muy bien amigos. Nos podrán llamar locos. Quijotes. Fantasiosos. Personas sin cordura que hacen cosas absurdas. Podrán hacerlo y lo harán. Lo harán, sin remedio, a machamartillo, como forma de pensamiento unitaria, todos aquellos que son incapaces de sentir todo eso que más arriba os escribía.
Porque solo las almas capaces de abrirse, de sentir la poesía de la noche, pueden vivir todo esto que ahora os cuento.
También en 1979 , concretamente el 14 de agosto, un hombre, Antonio José Alés, gritaba través de los micrófonos de la cadena SER lo siguiente: “Atención seres del espacio, os hablan los hombres del planeta Tierra…, si es verdad que existís, si realmente venís del espacio lejano para conocernos o para ayudarnos, hacedlo de una vez…”
Seguramente el fenómeno sociológico que provocó aquella emisión de radio seguida por millones de personas, afectó también a mi padres. A mi familia. Eso y los impactantes artículos de JJ Benítez a través de La Gaceta del Norte sobre constantes apariciones de ovnis en la región. Era el momento ideal. El lugar ideal. Ahora lo voy comprendiendo.
Pero entonces yo no sabía nada de eso. Todo era un juego. No supe lo que en verdad eran los ovnis hasta tiempo después. Todo era un cúmulo de casualidades. Casualidades increíbles, improbables e ilógicas, pero que 25 años más tarde, pusieron a ese niño a comandar una gran alerta ovni, ante millones de personas, gritando su emoción a través de los mismos micrófonos que sirvieron de altavoz a Antonio José Alés.
Este cúmulo de rarezas pueden no significar nada para muchos. Pero para otros, los que saben que la vida es mágica, y que una noche, una noche cualquiera, puede aparecerse sin avisar la esperanza, la vocación, el giro inesperado, la fascinación y el misterio, esto es una verdad. Una verdad prohibida por un sistema que ya no nos deja ni soñar.
Y participar en la Alerta 2012, siendo conscientes de ello puede cambiarnos la vida. Puede parecer fuerte lo que digo. Pero sé de lo que hablo. Cambárnosla de raíz, aunque, como me ha pasado a mi, obtengamos la constatación décadas después.
Yo, Iker Jiménez, soy hijo de un tiempo irrepetible. Niño de los años setenta en la zona más convulsa de España donde los ovnis aparecían en la prensa. De una sociología que ya no volverá del mismo modo. Pero me esfuerzo, me empeño, peleo con todas mis fuerzas y contra todos los sistemas dogmáticos establecidos. Porque sigo siendo un niño que sueña y quiere hacer soñar. Y sé que muchos estáis conmigo, con nosotros. Sé que muchos acudirán a la llamada desde cualquier rincón, desde cualquier monte, playa, carretera o balcón. Sé que muchos mirarán a las estrellas con una emoción única. Y no solo para ver unos puntos de luz en el cielo. Sino para sentirse hermanados por algo. Algo ilógico. Algo desafiante y hermoso que no se puede escribir ni describir.
¡Es la Tierra quién os habla! Dijo Alés en su día. Y esas palabras pueden resonar de nuevo el próximo sábado 9 de junio. Es la Tierra, los seres humanos que la pueblan, hartos del rumbo de tantos acontecimientos nefastos, hastiados de un mundo que fulmina la fantasía, el sueño , la poesía y la creencia, quien grita hacia el universo esperando una respuesta.
2012 no es un año cualquiera. Esta alerta tampoco. El prodigioso avance tecnológico nos permitirá estar más juntos que nunca. Da igual el lugar, porque lo que importa es la mirada, el corazón, la fe de todos los participantes. Son importantes los medios, pero más aún la ilusión, la emoción y el coraje con el que afrontemos esta aventura seguramente irrepetible.
Sé, tengo la certeza, de que muchos niños se acordarán de ello. Recordarán durante años esa noche mágica y distinta, de la mano de sus padres. Unos padres que dejaron su mundo lógico por unas horas y se convirtieron en quijotes de las estrellas. No lo olvidarán, ni unos ni otros. Tampoco esos jóvenes que ahora comienzan y que provistos de toda su fe, sus amistades y sus prismáticos, radios y ordenadores son hijos de otro tiempo distinto. Pero que siguen, aún sin saberlo, unidos por esa emoción indescriptible. Esa que Benítez describió siempre como “una punzada en la nuca”. Una sensación inquietante, fascinante, distinta, que siempre llega cuando uno investiga. Cuando uno se lanza a pecho descubierto y sin red en busca de algo tan inasible, tan escurridizo y tan lejano como los ovnis.
Se harán hermandades, amistades, se confraternizará, se discutirá, surgirán quizá amores diferentes, y la mente y los corazones serán irradiados por algo que se sale de lo común. Todo eso, en una sola noche. Es la magia de las alertas ovni.
Y quizá, en algún rincón de España o del mundo, en alguna vereda, campa o paramera, un niño, un niño de siete, ocho o diez años tan solo, reciba, aún inconscientemente, una serie de códigos en su alma. Una serie de sensaciones que, sin él saberlo todavía, le hagan ver el mundo de otra forma. Como un soñador a contracorriente. Con valor para enfrentarse a lo establecido. Con ideales que parecen de un tiempo ya perdido. Como un caballero andante que persigue sueños, luces, misterios y la belleza de lo desconocido. Y ese niño, ese niño que participará quizá junto a vosotros desde algún lugar en mitad de la noche, será, sin duda, quien pilotará los nuevos anhelos del misterio dentro de unos años. Y quien haga soñar, sin prejuicios, sin miedos, a las nuevas generaciones.
Solo por eso merece la pena el esfuerzo, el empeño, la locura de construir la Alerta 2012 del 9 de junio.
Porque uno sabe, va entendiendo, que esto es una rueda mágica. Poderosa, cuyos designios ni siquiera podemos atisbar. Pero que nos mueve a todos, como nos mueve la realidad velada que compone la verdad del universo.
Quizá, en todo esto, resida la respuesta profunda a por qué nos embarcamos en esta aventura. Una aventura que es capaz de sintonizar las mentes. De generar un estado no ordinario de conciencia. Una emoción cósmica en la que yo creo, desde niño, con toda mi fe.
Por todo eso, y por mucho más, os espero y os agradezco de corazón vuestra presencia en esta fascinante propuesta construida por almas libres, que va mucho más allá de los ovnis. Gracias por hacer realidad la Alerta 2012.
Iker Jiménez
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